Đorđe dio un paso al frente. Los nobles, sentados en círculo, le observaron atentamente; su semblante sereno, su mostacho negro, su apariencia impecable, vestido a la manera de los knez serbios, el puñal curvo al cinto y la capa negra de rebordes rojos echada sobre los hombros. No habían pasado ni diez días desde que había escapado a una muerte segura tendiendo una emboscada a los mismos jenízaros que habían venido a buscarle…la mayoría de nobles serbios no habían corrido la misma suerte aquel día, y ahora sus cabezas se exponían en los caminos de todo el Smederevski Sandžak, el distrito de Beograd, para que la matanza de los knez sirviera de ejemplo para el resto de serbios, para disuadirlos de volver a enfrentarse a los nuevos dirigentes, las tropas de élite del Imperio Otomano que se habían hecho con el poder tras deponer al visir Hadži Mustafa tres años antes...
Aquella terrible matanza había sido la gota que había colmado el vaso de la paciencia serbia…ahora pasarían a los hechos, se enfrentarían finalmente a la opresión…por fin Serbija se enfrentaría a sus enemigos. Así lo habían decidido aquella misma mañana, reunidos en concilio en aquella trinchera improvisada de Marićević, los knez supervivientes entre los que se encontraba Đorđe Petrović, apodado el negro. Irían a la guerra, se sacudirían el yugo al calor de la rebelión…los reunidos rompieron el loores, gritando vivas a Serbija e invocando a Dios para que les asistiera en esta nueva cruzada. Đorđe alzó la voz, pidiéndoles silencio, y Milan Obrenović, un rico comerciante de cerdos, le ayudó a acallar a la multitud.
-Estimados hermanos… -dijo en voz alta, para que todos le oyeran- todos estamos deseosos de recuperar la libertad, de vengar la muerte de tan honorables y buenos serbios, de derrotar al opresor…pero si vamos todos a la guerra sin pensar bien en las consecuencias, seremos derrotados como tantos otros antes de nosotros…necesitamos un líder, un buen capitán que nos gobierne ¡y nos lleve a la victoria!
Aquella terrible matanza había sido la gota que había colmado el vaso de la paciencia serbia…ahora pasarían a los hechos, se enfrentarían finalmente a la opresión…por fin Serbija se enfrentaría a sus enemigos. Así lo habían decidido aquella misma mañana, reunidos en concilio en aquella trinchera improvisada de Marićević, los knez supervivientes entre los que se encontraba Đorđe Petrović, apodado el negro. Irían a la guerra, se sacudirían el yugo al calor de la rebelión…los reunidos rompieron el loores, gritando vivas a Serbija e invocando a Dios para que les asistiera en esta nueva cruzada. Đorđe alzó la voz, pidiéndoles silencio, y Milan Obrenović, un rico comerciante de cerdos, le ayudó a acallar a la multitud.
-Estimados hermanos… -dijo en voz alta, para que todos le oyeran- todos estamos deseosos de recuperar la libertad, de vengar la muerte de tan honorables y buenos serbios, de derrotar al opresor…pero si vamos todos a la guerra sin pensar bien en las consecuencias, seremos derrotados como tantos otros antes de nosotros…necesitamos un líder, un buen capitán que nos gobierne ¡y nos lleve a la victoria!
El clamor regresó, los nobles comenzaron a gritar su nombre entusiasmados...
-¡Que Đorđe Petrović sea nuestro caudillo! ¡Đorđe! ¡Đorđe Petrović el negro! La multitud comenzó a aullar, a dar vivas al nuevo jefe de los serbios y a disparar los mosquetes al aire…Đorđe sonrió bajo su espeso mostacho negro, satisfecho por la aclamación…ahora la guerra podía comenzar.
-¡Que Đorđe Petrović sea nuestro caudillo! ¡Đorđe! ¡Đorđe Petrović el negro! La multitud comenzó a aullar, a dar vivas al nuevo jefe de los serbios y a disparar los mosquetes al aire…Đorđe sonrió bajo su espeso mostacho negro, satisfecho por la aclamación…ahora la guerra podía comenzar.