domingo, 14 de febrero de 2010

Orašac, 1804


Đorđe dio un paso al frente. Los nobles, sentados en círculo, le observaron atentamente; su semblante sereno, su mostacho negro, su apariencia impecable, vestido a la manera de los knez serbios, el puñal curvo al cinto y la capa negra de rebordes rojos echada sobre los hombros. No habían pasado ni diez días desde que había escapado a una muerte segura tendiendo una emboscada a los mismos jenízaros que habían venido a buscarle…la mayoría de nobles serbios no habían corrido la misma suerte aquel día, y ahora sus cabezas se exponían en los caminos de todo el Smederevski Sandžak, el distrito de Beograd, para que la matanza de los knez sirviera de ejemplo para el resto de serbios, para disuadirlos de volver a enfrentarse a los nuevos dirigentes, las tropas de élite del Imperio Otomano que se habían hecho con el poder tras deponer al visir Hadži Mustafa tres años antes...
Aquella terrible matanza había sido la gota que había colmado el vaso de la paciencia serbia…ahora pasarían a los hechos, se enfrentarían finalmente a la opresión…por fin Serbija se enfrentaría a sus enemigos. Así lo habían decidido aquella misma mañana, reunidos en concilio en aquella trinchera improvisada de Marićević, los knez supervivientes entre los que se encontraba Đorđe Petrović, apodado el negro. Irían a la guerra, se sacudirían el yugo al calor de la rebelión…los reunidos rompieron el loores, gritando vivas a Serbija e invocando a Dios para que les asistiera en esta nueva cruzada. Đorđe alzó la voz, pidiéndoles silencio, y Milan Obrenović, un rico comerciante de cerdos, le ayudó a acallar a la multitud.
-Estimados hermanos… -dijo en voz alta, para que todos le oyeran- todos estamos deseosos de recuperar la libertad, de vengar la muerte de tan honorables y buenos serbios, de derrotar al opresor…pero si vamos todos a la guerra sin pensar bien en las consecuencias, seremos derrotados como tantos otros antes de nosotros…necesitamos un líder, un buen capitán que nos gobierne ¡y nos lleve a la victoria!

El clamor regresó, los nobles comenzaron a gritar su nombre entusiasmados...
-¡Que Đorđe Petrović sea nuestro caudillo! ¡Đorđe! ¡Đorđe Petrović el negro! La multitud comenzó a aullar, a dar vivas al nuevo jefe de los serbios y a disparar los mosquetes al aire…Đorđe sonrió bajo su espeso mostacho negro, satisfecho por la aclamación…ahora la guerra podía comenzar.

domingo, 7 de febrero de 2010

Firenze, 1497


El humo se levantaba hacia el dorado cielo de Firenze aquel atardecer del Martedì Grasso de Carnaval…era la columna gris, oscura y no obstante purificadora del fuego de la vanidad, ardiendo en el centro de la piazza della Segnoria…
Grupos de jóvenes iban de un lado para otro, desde las cuatro esquinas de la ciudad, trayendo todo cuanto encontraban en las casas, todo cuanto había llevado a la ciudad de los Medici a la depravación, al lujo, a la vida disoluta a la que se había dado en las últimas décadas…ahora ya no seguirían corrompiendo a la nobilísima capital toscana, ahora él velaba por el bien de sus honrados ciudadanos…

Allí estaba, la cara corvina sobresaliendo de entre la capucha negra: una nariz protuberante y aguileña, los labios carnosos y los ojos pequeños y grisáceos por la columna de humo que se levantaba por encima de la torre del Palazzo Vecchio…como un cuervo en lo alto de su sitial, observando cómo bocetos, estatuas, espejos, tableros de ajedrez, libros, retablos, panfletos, instrumentos de cosmética, tocados femeninos…ardían en aquel fuego que purgaba el pecado de aquella ciudad, aquel fuego que él mismo, Girolamo Savonarola, había prendido en el corazón de la urbe.

Un grupo de muchachos acudieron a toda prisa, portando cuantos libros podían acarrear en su saco de lona, que vaciaron estrepitosamente en la fogata. De mulieribus claris, de Bocaccio, fue arrojado a las llamas junto a una serie de panfletos franceses con ilustraciones eróticas: todo debía arder, sólo así los florentinos se salvarían de las llamas del Infierno. El pueblo se acercaba al fuego, se agolpaba para observar lo que ocurría en aquel auto de fe purificador.
Savonarola, con el crucifijo de madera en su mano derecha, oró en voz alta, pidiendo el perdón para sus hermanos…
Uno de los jóvenes dominicos que lo flanqueaban señaló a un hombre de pelo claro y alborotado: Alessandro Sandro Botticceli, protegido de Lorenzo de´Medici, lanzaba contra la hoguera algunos pergaminos con dibujos a carboncillo y varias tablillas pintadas. En sus ojos irritados se vislumbraban lágrimas contenidas, atribuídas por él mismo, siempre fiel al nuevo señor de Firenze, a la fuerza del humo que estaba consumiendo sus obras allí mismo…

martes, 27 de octubre de 2009

Pons Milvius, 312

Constantinvs marchaba. El ruido de los carros de provisiones, las miles de caligae golpeando contra el suelo, los bagajes, las yuntas de bueyes arrastrando los trenes de suministros, el entrechocar de los bronces...zumbaban en su cabeza como un ruido monótono. El ejército en marcha tenía su propia música. Y mañana este clamor sonaría en Roma. Por fin, de una vez por todas. Él, Constantinvs sería emperador legítimo de Occidente. Por encima de su cuñado Maxentivs, probablemente de su cadáver. El sol brillaba en lo alto...la marcha empezaba a agobiarle...se aflojó un poco los correajes de la armadura...hacia calor, para ser October...aquella mañana contrastaba con aquella otra, fría y nublada, en Eboracvm, en la lejana Britania, séis largos años atrás, en el lecho de muerte de su padre. Mañana en la que había sido nombrado Avgvstvs, y que culminaría con su entrada en la Urbs Romana. Mañana. Miró al cielo. Seguía agobiado, cambió de posición la espada, que ya le pesaba en el tahalí.
Entonces sucedió. El cielo se abrió. Un resplandor, y después una estela. Quedó estupefacto, sin saber muy bien si los demás veían aquel prodigio de los dioses...los oídos le zumbaron, quedó así, unos momentos, retraído en sí mismo, ajeno a todo lo que le rodeaba, a los bagajes, los trenes, los milites y Eboracvm...un aspa...y el zumbido persistió, le susurró:
"IN HOC SIGNO VINCES"
Allí mismo, frente al Pons Milvivs, con Roma delante, acampó. No durmió bien aquella noche. Aquello le trastornaba. El aspa. La veía dentro de su cabeza.
Se levantó con ojeras, la cabeza le dolía un poco. Era una señal. Lo sabía. Salió de su tienda, el aire fresco de la mañana le acarició las mejillas sudorosas...observó a sus soldados, entumecidos, preparándose para la batalla.
Hoy dormirían en Roma. Y Maxentivs haría lo propio, en el fondo del Tiber. Hoy era un nuevo día.